Evaluación docente: 5 esfuerzos para su funcionamiento

Keep Calm and Carry On Teaching

En los últimos años he tenido la oportunidad de darles clase a estudiantes de universidad en diferentes instituciones educativas. La experiencia con cada grupo ha sido única e interesante a su manera. Lo primero que reconozco, cuando recuerdo las experiencias, es mi vínculo con cada grupo: los momentos felices y difíciles, la relación con mis estudiantes, la planeación, implementación y evaluación de mis sesiones para lograr aprendizajes en ellos, y lo aprendido en el proceso. En resumen, la manera en la que, a partir de ese vínculo, crecí como profesora y me involucré con lo que busqué compartir. 

La revisión de mi experiencia ha sido fundamental para continuar en esta profesión. Y hay un elemento que, en esta revisión, siempre ha estado presente (aunque con diferentes grados de impacto): la evaluación de mi labor como docente.

La evaluación docente, también llamada “evaluación del desempeño profesional docente”, es un componente que, en las últimas décadas, ha comenzado a tomar relevancia en la educación formal en México. A pesar de que debería de ser un proceso complejo de valoración, retroalimentación y revisión de nuestra práctica de enseñanza, en la realidad suele reducirse a la aplicación de un instrumento de evaluación estandarizado que los estudiantes contestan en algún momento del semestre y, que los profesores revisamos cuando podemos y como entendemos. 

¿Qué se necesita para que la evaluación docente realmente funcione? A continuación, expongo 5 esfuerzos que deberían plantearse al interior de las instituciones para que el proceso de evaluación realmente enriquezca nuestra labor como profesores, fortalezca el proceso de enseñanza-aprendizaje y apunte a la mejora de la educación. 

Esfuerzo 1: Acompañamiento a estudiantes 

Como mencioné, los instrumentos de evaluación del desempeño profesional docente suelen ser aplicados a los estudiantes que, en uno o más momentos del semestre, deben de responder estos cuestionarios para valorar, de cada uno de sus profesores, las competencias con las que imparten los cursos. Estos cuestionarios, generalmente, se componen de preguntas cerradas y abiertas que arrojan datos cuantitativos y cualitativos sobre las competencias del profesorado. 

Idealmente, los estudiantes responden estos cuestionarios con tiempo, inteligencia emocional y desde un interés por aportar información para la mejora del proceso de enseñanza-aprendizaje. Aunque muchos alumnos lo hacen así, muchos otros no y, más bien, pierden la oportunidad contestando sin mucho interés o, al contrario, toman la oportunidad para mostrar, sin reflexionar mucho sobre las preguntas, su descontento por alguna situación de la clase que no se ha podido comunicar y/o que no se ha podido resolver. 
Debemos acompañar a los estudiantes cuando se apliquen instrumentos de evaluación.  Como profesores, establecer acuerdos desde el inicio, y tener otros momentos y medios de comunicación para ir monitoreando cualquier situación que haya que atender, nos ayudará a que los estudiantes contesten el instrumento de una manera que realmente nos arroje información útil sobre nuestra práctica de enseñanza. Esto no significa decirles qué contestar, sino más bien hacerles ver la importancia de su participación reflexiva en esta evaluación. 

Esfuerzo 2: Acompañamiento a docentes 

Generalmente, los docentes tenemos la oportunidad de revisar los resultados que arroja el instrumento, a mediados o al final del semestre, dependiendo de cuándo y cuántas veces se aplique. Se da por sentado que la revisión de los resultados nos permite inmediatamente saber qué cambiar de nuestra manera de enseñar. Sin embargo, ¡cambiar no siempre es fácil! Existen muchos factores que hacen que cambiar sea complicado: el tiempo que tenemos para procesar la información; el nivel de motivación que tenemos para enfrentarnos al cambio; la interpretación práctica de la información cuantitativa y cualitativa;  y la disposición a reflexionar y revisar nuestra práctica docente. 

Ser acompañados por quienes coordinan el equipo al que pertenecemos e incluso acompañarnos entre nosotros es necesario para detonar conversaciones, expresar emociones, rebotar preguntas, compartir prácticas, proponer cambios e incluso solicitar reafirmación o cuestionamiento. Ser profesor no debe ser una profesión solitaria ¡Al contrario! La evaluación docente puede ser una gran oportunidad para ser acompañados, hacer comunidad y comunicar nuestras necesidades a la institución.  

Esfuerzo 3: Reconocimiento de la evaluación como un proceso

Así como los profesores sabemos que no podemos valorar todo el desempeño de nuestros estudiantes con un examen de opción múltiple, es importante que recordemos que la aplicación de un instrumento no es la única manera de revisar nuestro desempeño. El instrumento de evaluación estandarizado puede ser un buen punto de partida. Sin embargo, debemos preguntarnos y preguntar a los responsables de nuestros equipos de trabajo, ¿en qué otros momentos y de qué otros modos podemos valorar  lo que  hacemos? Cualquier proceso de evaluación debe de tomar en consideración una diversidad de instrumentos de evaluación, tipos de evaluaciones, momentos de retroalimentación, y espacios de reflexión y reformulación de nuestra práctica. 

Esfuerzo 4: Oportunidades de desarrollo profesional docente 

Cada vez más instituciones de educación ofrecen oportunidades de  desarrollo profesional docente para su profesorado. El problema es que pocas veces están vinculadas con la evaluación docente. Es decir, en el instrumento se les puede llegar a preguntar a nuestros alumnos cómo es que fomentamos momentos de interacción en clase; sin embargo, ¡no necesariamente se nos ofrecen espacios que nos ayuden a innovar la manera en la que fomentamos la interacción! En otras palabras, se evalúa lo que vamos aprendiendo por nuestra cuenta y, sin duda alguna, hace mucha falta que las instituciones complementen la aplicación de instrumentos de evaluación con buenas oportunidades de desarrollo profesional de la enseñanza. De lo contrario, existe el riesgo de que los resultados de la evaluación pierdan su función formativa. 

Esfuerzo 5:  Reconocimiento de nuestro proceso de aprendizaje 

Como docentes, estamos constantemente preguntándonos qué y a qué nivel de profundidad están aprendiendo nuestros estudiantes, pero, ¿es una pregunta que nos hacemos también sobre nuestra enseñanza? ¿Qué y a qué nivel de profundidad estamos aprendiendo sobre nuestra manera de enseñar? No hay que olvidar que, detrás de todo buen profesor, ¡hay un buen aprendiz! 

Tener una actitud de mejora constante implica reconocer nuestro propio proceso de aprendizaje; de igual modo, recordar que no se nace siendo buen profesor sino que es una profesión que se va dando con la experiencia, con un buen acompañamiento y con espacios de desarrollo que respondan a las necesidades que vamos teniendo a lo largo de nuestro camino. Por ejemplo, no son las mismas necesidades las que tenemos cuando comenzamos a dar clases que cuando ya llevamos diez, veinte o treinta años. Si realmente nos interesa crecer en la profesión, debemos preguntarnos por nuestro aprendizaje, pues este es el secreto para desarrollar una mentalidad de crecimiento a lo largo de nuestra vida profesional. 

Por último, hay que reconocer que muchas veces se les adjudica la responsabilidad de la evaluación docente a quienes diseñan los instrumentos; sin embargo, para que realmente funcione, somos los profesores los que tenemos que reconocer qué nos aporta, qué le falta, para qué necesitamos de un proceso de evaluación de nuestro trabajo. Es decir, debemos asumir responsabilidad y recordar que ser evaluados es tener la disposición de crecer profesionalmente. 

Acompañar a nuestros estudiantes, ser acompañados como docentes, reconocer que la evaluación es un proceso complejo, solicitar oportunidades de desarrollo profesional docente (alineadas con la evaluación), y reconocer que nosotros también seguimos aprendiendo son cinco esfuerzos que nos comprometen y nos impulsan. De igual modo, impulsan la profesión docente que es única y absolutamente necesaria para que la educación evolucione y responda a la realidad social.

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